Cuando el clima está nublado y lluvioso, disfruto bastante los días. Antaño, solía preferir pasar el tiempo a solas; leer un buen libro, tomar un café caliente y cobijarme con una manta, si estaba en casa. Si estaba fuera, prefería sentarme en los asientos del fondo del autobús, poner Nirvana a todo volumen y mirar por la ventana cómo caen las gotas sobre el vidrio, cómo el asfalto se humedece, cómo las llantas de los coches hacen salpicar el agua de los charcos.
Me gustaba estar sola, disfrutaba esos momentos más que nada en el universo, los atesoraba, los esperaba. El inicio de la primavera, con aquel rastro del invierno, con las lluvias y los nubarrones, es mi época preferida para escribir en mi viejo cuaderno. Siento que las amarillentas hojas toman un olor exquisito, aún más exquisito que de costumbre.
Me gustaba estar sola, disfrutaba esos momentos más que nada en el universo, los atesoraba, los esperaba. El inicio de la primavera, con aquel rastro del invierno, con las lluvias y los nubarrones, es mi época preferida para escribir en mi viejo cuaderno. Siento que las amarillentas hojas toman un olor exquisito, aún más exquisito que de costumbre.
Soledad. La
tinta escurriendo por la punta de la pluma, y salpicando el papel. La taza de
café humeando. El ronroneo de un gato. La calidez de una manta. Las gotitas de
lluvia sobre el cristal. La música a todo volumen.
Hace
mucho, una persona cuya identidad he olvidado por completo, me dijo que uno no
puede afirmar gustar más de algo si no ha probado otra cosa. Quizás en el
momento no entendí, o más bien, no reflexioné acerca del peso de dichas
palabras.
Soledad.
¿Era lo mejor? No lo sabía, no quería salir de ella. Tenía amigos, tenía
familia, pero ¿en realidad estaba con ellos? No. Estaba sola. No he podido
saber, por más que le doy vueltas al asunto, si era yo quien me alejaba y me
encerraba en mi burbuja, o si eran ellos los que se habían distanciado, o si tal
vez ambos, o tal vez ninguno. Incluso pensé haber llegado a una etapa de mi
vida en la cual no me importaba nada.
No lo sé,
ni me importa.
Pasó un
año. Quizá dos. Perdí demasiadas cosas, perdí personas, perdí sentimientos, me
perdí a mí misma intentando encontrarme en la soledad. Es bien dicho que todo
en exceso es malo, debí tener eso en mente al alejarme así de todo y todos. La recuperación
no fue fácil. O tal vez sí. Quién sabe.
¿Te has
preguntado cómo es reinventar tus estándares?
He
caminado bajo la lluvia en compañía de alguien. Y no cualquier “alguien”, sino,
un alguien que me acelera el pulso, un alguien que provoca que la sangre se me
suba a la cabeza y mi piel enrojezca. Hasta el día de hoy no puedo entender
cómo lo hace.
Si hace dos años me hubiesen planteado la siguiente pregunta: ¿Qué prefieres, pasar un día lluvioso a solas o acompañada?, estoy segura de que habría elegido la primera opción. Pero ahora...
Si hace dos años me hubiesen planteado la siguiente pregunta: ¿Qué prefieres, pasar un día lluvioso a solas o acompañada?, estoy segura de que habría elegido la primera opción. Pero ahora...
Siento que no cambiaría el tacto de sus manos sobre las mías, aunque estén heladas, no cambiaría compartir el paraguas con él, aunque quizás sería más práctico ir sola; no cambiaría el tacto de sus labios por tener un libro entre las manos.
Con él, los días de lluvia se disfrutan más. Saltar de un lado a otro de la carretera, esquivando los charcos, andar de la mano, andar abrazados bajo un paraguas, besarnos mientras suena una canción de Oasis de fondo.
En
realidad, y pensándolo más a fondo… creo que los días se disfrutan más con él,
haga el clima que haga.
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